Semblanza
Título libro:
Los olvidados del campo: jornaleros y jornaleras agrícolas en América Latina
Compilador Hubert C. de Grammont
Presentación
La voz de las y los invisibles
Hubert C. de Grammont, Mónica Bendiní, Paola Mascheroni, Jorge Pantaleón, Andrés Pedreño.
Es un gusto introducir este volumen que recoge parte de la prolífica obra de Sara María Lara Flores. Sara fue una pensadora social crítica, pionera de la sociología rural latinoamericana en los estudios sobre división sexual y étnica del mercado de trabajo y sobre la movilidad de los trabajadores y trabajadoras rurales.
Sus aportes académicos tuvieron en el centro de interés a los grupos sociales más vulnerables y postergados del campo. Como se verá en los artículos que componen este libro, su producción fue seminal para el desarrollo de nuevas líneas de trabajo así como de herramientas teóricas y metodológicas que aún hoy nos invitan a profundizar en nuestras reflexiones y miradas sobre la realidad social.
El pasaje de Sara por nuestras vidas nos deja muchas huellas en lo académico y en lo personal. Quienes tuvimos la fortuna y el privilegio de compartir con ella, recordamos su agudo sentido crítico, su creatividad y rigurosidad empírica, pero también su inmensa generosidad académica, su calidad humana y su fuerte compromiso con los más postergados.
Ello evidencia su fuerte compromiso para con todas las personas y grupos que encarnan modos de alteridad, y que conllevan frecuentemente relaciones sociales asimétricas. Sara, fiel representante de una ética de trabajo y de vida, buscaba darles visibilidad y voz. Los jornaleros agrícolas en y fuera de México, las relaciones de género, la migración y la movilidad intra e internacional han sido campos de acción a los que Sara ha aportado tanto en el orden intelectual como en el quehacer ético y metodológico. Y como tal, fiel a esta tradición intelectual y política, Sara nos transmite y nos indica una senda a proseguir.
El semblante dulce de Sara apenas se tensaba cuando hablaba de su México amado. Cuando nos relataba sus andanzas en el trágico mayo del 68 mexicano que acabó en la masacre de la plaza Tlatelolco; cuando se refería a las desigualdades y a cómo la violencia del narco se había infiltrado en todo el tejido social a través de esas fracturas; cuando nos hacía partícipes del sufrimiento de los migrantes y jornaleros o se esperanzaba con sus luchas.
1. Apuntes biográficos: la investigación académica como compromiso social
Sara nació en la ciudad de México en 1949 en una familia que se distinguía por sus preocupaciones sociales. Su abuelo paterno, don Isidro Lara Sevilla -masón, miembro del Ateneo de la Juventud e impresor de profesión- publicó al inicio de la Revolución Mexicana un periódico, más bien un pasquín, anti-huertista que le valió ser arrestado el 2 de septiembre de 1913 por el temible Secretario de Gobernación, Aureliano Urrutia, encarcelado y amenazado de ser fusilado si no abandonaba su actividad periodística (Lara y Lara, 1985). Por supuesto, este hombre de carácter recio no dejó de escribirlo hasta 1917, aún bajo las peores circunstancias. En los años treinta, participó en la organización de la cooperativa de colonos “Plutarco Elias Calles” que llevó a cabo la urbanización de la colonia popular Ex-Hipódromo de Peralvillo (Ciudad de México) y dotó de terrenos a muchas familias humildes. Esta fuerte figura familiar marcó el imaginario de su nieta. A lo largo de su vida Sara mantendrá siempre un compromiso social muy claro con los desfavorecidos. Cuando era estudiante de antropología participó activamente con grupos de obreras del norte de la ciudad de México; se implicó en el movimiento estudiantil del 68, y luego, durante 4 años, apoyó a los presos políticos encerrados en Lecumberri. Finalmente, como investigadora siempre buscó que sus investigaciones sirviesen para darle visibilidad social a los jornaleros y jornaleras del campo, uno de los grupos sociales más pobres de toda sociedad. Al interior de la intelectual siempre hubo una militante social.
De 1968 a 1977, Sara estudió antropología social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), en donde se recibió Cum Laude con el grado de Maestra en Ciencias Antropológicas con la tesis “Comunidad campesina, conciencia social y formas de lucha de los asalariados agrícolas”, dirigida por la Dra. Luisa Paré. En 1997 se recibió en el doctorado en sociología de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con la tesis “Flexibilidad productiva y relaciones de género en el mercado de trabajo rural” (mención honorífica), dirigida por el Dr. Enrique de la Garza Toledo.
De 1981 a 1996 fue profesora en la ENAH. Ingresó en esta institución para fundar y coordinar la licenciatura de Antropología Social en Enseñanza Abierta. Esta licenciatura se pensó para formar jóvenes indígenas bilingües, maestros y maestras de la Secretaria de Educación Pública que enseñaban en comunidades del estado de Oaxaca. Luego, siempre animada por la misma preocupación de la vinculación social, fue Coordinadora del Departamento de Servicio Social y finalmente Coordinadora de la División de Estudios Superiores de la misma Escuela.
Ingresó como investigadora titular en el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1996. Desde esta casa de altos estudios ejerció diferentes responsabilidades como Directora de la Revista Mexicana de Sociología y Jefa del Departamento de Publicaciones (1997-2001), o miembro de su Consejo Interno. Su última responsabilidad en el IIS fue presidir la comisión encargada de elaborar la Agenda de Investigación del Instituto de Investigaciones Sociales (2018-2019) para los años venideros. Este importante documento marca las actuales pautas para la contratación de las y los nuevos investigadores no sólo en el marco de una renovación acelerada de la planta académica del Instituto, sino de la profunda transformación de la sociedad a nivel mundial.
Recibió numerosos reconocimientos y premios a lo largo de su carrera. Perteneció al Sistema Nacional de Investigadores en su nivel III. Recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz otorgado por le UNAM (2011). Fue miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias. Fue titular de diferentes Cátedras en Francia y Canadá.
En México, impartió cursos en licenciatura y posgrado, primero en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, luego en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Fue directora de más de treinta tesis, asesora de alumnos de intercambio académico y posdoctorantes, tanto nacionales como de otros países. Consideraba que la formación de nuevos profesionales era una tarea esencial de su quehacer académico. Asimismo, fue solicitada para dar cursos en diferentes Instituciones de Educación Superior del país, pero sus principales colaboraciones fueron con universidades extranjeras en Francia, España, Canadá y el Cono Sur, en donde tuvo una estrecha relación de trabajo, tanto de docencia como de investigación.
Participó activamente en la vida de tres asociaciones académicas latinoamericanas, la Asociación Mexicana de Estudios Rurales (AMER) de la cual fue una activa promotora durante los años de su creación y fortalecimiento, la Asociación Latinoamericana de Sociología Rural (ALASRU) y la Asociación Latinoamericana de Sociología del Trabajo (ALAST). Su trabajo en estas dos últimas asociaciones le parecía complementario porque siempre defendió la necesidad de utilizar los conceptos de la sociología del trabajo, adaptados a la problemática agrícola, para analizar las formas de explotación de los asalariados del campo bajo el dominio de las agroindustrias transnacionales.
Sin embargo, su principal tarea fue la investigación. Dirigió 10 proyectos de investigación nacionales y 5 internacionales en Canadá, Francia, España y el Cono Sur. Participó en otros 19 proyectos tanto en México como diferentes países. Durante la última década, participó en dos grupos de trabajo de CLACSO. Publicó como autora y coordinadora nueve libros, y cerca de cien artículos, tanto en revistas científicas como en capítulos de libros. Muchos de ellos en Francia, Canadá, España, Argentina, Brasil, Chile y Estados Unidos.
Se dedicó al estudio de la problemática de las y los asalariados agrícolas, con énfasis en México pero con una visión continental, por ser no sólo uno de los grupos sociales más pobres y vulnerables de la sociedad mexicana, sino el menos visible a pesar de su enorme importancia para asegurar la alimentación de la población urbana en pleno auge.
Sara fue una apasionada por su trabajo y una intelectual con la voluntad de aportar un conocimiento capaz de contribuir a la solución de las desigualdades e injusticias que aquejaban la sociedad en la cual vivió. Por eso, siempre sus preocupaciones académicas fueron de la mano con la vinculación social, la necesidad de dar visibilidad a la vida de los pobres y la posibilidad de generar datos útiles para la elaboración de políticas públicas para mejorar el bienestar social, en particular las condiciones de migración, vida y trabajo de los asalariados agrícolas y sus familias.
Esta fue una característica de toda su obra. Buscó, más allá de las teorías, entender el lado humano involucrado en todos los aspectos de la vida, del trabajo y de las migraciones de los jornaleros y las jornaleras agrícolas. En 2005 coordinó una amplia investigación, en colaboración con la Comisión Nacional Para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, sobre las condiciones de migración, vida y trabajo de los jornaleros indígenas de los estados de Oaxaca, Guerrero y Veracruz, que representaban entonces alrededor del 70% de los asalariados migrantes hacia las principales regiones hortícolas del noroeste del país (C. de Grammont y Lara, 2004).
2. Un recorrido por la obra de Sara
A lo largo de medio siglo de investigación, los temas abordados por Sara fueron cambiando en la misma medida en que la vida y el trabajo de los jornaleros y jornaleras fue evolucionando, siempre con una perspectiva de género.
El libro está organizado en tres ejes principales que recorren casi medio siglo de investigación: género, mercados de trabajo y migración. Estos ejes, que muestran el carácter comprometido y riguroso de su obra, se traslapan ampliamente en la medida en que supo combinarlos estrechamente en su vasta producción académica.
2.1) Género
Es a mediados de la década de 1980, después de dejar la coordinación de la licenciatura de Antropología Social en Enseñanza Abierta de la ENAH que Sara empieza a trabajar sobre el tema de las mujeres asalariadas en las empresas hortícolas del noroeste del país, esencialmente orientada a la exportación hacia Estados Unidos. En 1986 salió un libro muy exitoso sobre La mujer y la política agraria en América Latina (1986), editado por Magdalena León y Carmen Diana Deere, que marcó un punto de inflexión de los estudios feministas en el mundo rural latinoamericano. Al igual que para muchas otras mujeres, este libro avivó el interés de Sara por esa problemática aún poco trabajada.[1]
En 1988 publica sus dos primeros artículos sobre la participación de las mujeres campesinas e indígenas en el trabajo asalariado agrícola (Lara, 1988a y 1988b). Tanto por su formación en antropología social como por su experiencia previa con las comunidades campesinas de Oaxaca, su punto de partida era explicar las razones que impulsaron a las familias campesinas pobres, en particular a las mujeres, a migrar hacia los enclaves hortícolas, más que analizar el crecimiento de la demanda en mano de obra por parte de las mismas empresas. Se interesó primero por los cambios en las estrategias de sobrevivencia de las familias campesinas pobres (la oferta de mano de obra temporal), aunque muy pronto se orientará hacia el estudio de las transformaciones de las estrategias de las empresas hortícolas (la demanda de mano de obra temporal).
A partir de 1989, establece una estrecha relación con el “Grupo de Estudios Sobre la División Social del Trabajo” (Groupe d’étude sur la division sociale et sexuelle du travail – GEDISST) en Paris. Aprovechando un año sabático, realiza una estancia en este colectivo de investigación (1989-1990), lo que le permite adentrarse con la teoría de las relaciones sociales de género (“rapports sociaux de sexe”), contribuyendo activamente en la transformación de los estudios latinoamericanos sobre la mujer con mirada de género.
Vale la pena recordar aquí, aunque sea de manera excesivamente sintética, por qué se dio este pasaje de lo que fueron “los estudios de la mujer”, en boga desde la segunda guerra mundial hasta los años 70, hacia los estudios de género que se impusieron paulatinamente a partir de las últimas décadas del siglo pasado. Para ello, retomamos las palabras de Daniéle Kergoat (2001), una de las principales intelectuales que participó en la elaboración de esta nueva teoría, fundadora y directora del GEDISST, con la cual Sara colaboró estrechamente.[2]
“Las situaciones de hombres y mujeres no son producto de un destino biológico, sino ante todo son construcciones sociales. Hombres y mujeres … forman dos grupos sociales que están implicados en una relación social específica: las relaciones sociales de género. Éstas, como todas las relaciones sociales, tienen una base material, … el trabajo, y se expresan a través de la división social del trabajo entre los géneros, llamada, más concisamente: división sexual del trabajo …
Son mujeres antropólogas que le dieron un contenido nuevo al mostrar que reflejaba no una complementariedad de las tareas [entre hombres y mujeres], sino una relación de poder de los hombres sobre las mujeres …
La división sexual del trabajo es la forma de división social del trabajo que surge de las relaciones sociales de género… Su característica es la asignación prioritaria del hombre al ámbito productivo y de la mujer al ámbito reproductivo… Esta forma de división social del trabajo tiene dos principios organizativos: el principio de separación (existe el trabajo de los hombres y el trabajo de las mujeres) y el principio jerárquico (el trabajo de un hombre «vale» más que el trabajo de una mujer).”[3] (p. 78)
Sin duda, esta relación académica con el GEDIIST fue muy provechosa para Sara. Regresando de su sabático, analiza, a la luz de la teoría de género, la literatura existente sobre los asalariados agrícolas en México publicada desde finales de la década de los sesenta, y concluye (Lara, 1991):
En ese trabajo me ha interesado… mostrar al asalariado agrícola como un grupo que participa de una dinámica de relaciones sociales de clase y de sexo (subrayado por la autora), y al mercado de trabajo rural como el espacio en donde se ponen en tensión estas relaciones.
No he pretendido hacer la apología de las obreras agrícolas como un grupo olvidado. Es cierto que existen muy pocos trabajos que se refieren a ellas, pero más bien he intentado hacer notar que es preciso abordar su estudio a través de las dinámicas de relaciones sociales en la que ellas son partícipes, de modo que su situación en el mercado de trabajo no sea vista como resultado de una “condición” imposible de superar o como una especificidad que las distingue de la clase obrera que sólo ha podido ser pensada en masculino.
Tampoco busco aumentar la larga lista de denuncias sobre la situación de “las mujeres”, porque creo que un pensamiento feminista positivo debe intentar comprender los mecanismos de reproducción de las relaciones sociales, pero también debe buscar en dónde están las posibilidades de cambio.
Mi planteamiento ha ido en el sentido de mostrar que las Ciencias Sociales abordan a los sujetos como si lo universal estuviese dado por las características masculinas… Me parece que los estudios que he tratado de analizar, en particular los que se refieren al asalariado rural, son una clara ilustración de este problema.” (p. 112)
A partir de ahí, incorpora la teoría de la división sexual del trabajo a su trabajo de investigación, en su tesis de doctorado, en donde plasma sus propias ideas y, luego, en todas sus investigaciones sobre los mercados de trabajo rural y las migraciones de las y los jornaleros agrícolas.
En 1995 publica una compilación sobre las mujeres en el mercado de trabajo agrícola, enfocado hacia México, Ecuador, Chile, Argentina y Brasil, cuyo eje analítico se inscribe claramente en la teoría de la división sexual del trabajo (Lara, 1995):
Este libro trata de las mujeres que laboran como asalariadas en los campos agrícolas de varios países latinoamericanos. Analiza su trabajo, las condiciones en las que viven y laboran, la forma como estas condiciones se reflejan en su salud, tanto mientras están ocupadas como cuando están desempleadas, y la manera como ellas simbolizan e imaginan su vida y su trabajo.
Sin embargo, no es un libro que se limite a hablar sólo de las trabajadoras pues analiza también las relaciones en las que ellas se encuentran insertas dentro de las empresas, en la casa, en las calles, en los asentamientos o en las colonias, entre otros muchos espacios. Y es que nuestra intención no ha sido crear un campo autónomo de análisis que estudie a las mujeres como si ellas constituyeran una particularidad o una especificidad apartada de un universo comúnmente pensado en masculino. Aunque nos preocupa darle visibilidad social a las asalariadas del campo, ya que muy pocos se han interesado en estudiarlas, también nos preocupa que puedan ser contempladas a la luz de las relaciones sociales de las que forman parte; relaciones que son de clase, de género y generacionales.” (p. 7)
De igual forma, siempre se preocupa por difundir los trabajos de colegas de diferentes países, en sus libros por supuesto, pero también promoviendo su publicación en revistas como lo hizo junto con Helena Hirata, del GEDISST, en el número temático sobre Género, relaciones sociales de sexo y trabajo en América Latina, en la Revista Mexicana de Sociología (4/2003), con textos de colegas de nacionalidad francesa, brasileña, uruguaya y mexicana.
2.2) Mercados de trabajo
Durante la última década del siglo pasado, su reflexión se centra en el análisis de las transformaciones de los mercados agrícolas por la inserción cada vez más importante de mujeres, en gran medida indígenas, en la agricultura empresarial más moderna del país: la producción de flores de ornamento en el Estado de México y la hortícola en Sinaloa. Constata que esta incorporación masiva de mujeres no es solamente el resultado del incremento de la pobreza de las familias rurales como lo constató en sus dos primeros artículos sobre este tema (1988a y 1988b), sino de la voluntad de los empresarios de incrementar los procesos de flexibilización y precarización del trabajo para incrementar la productividad de sus empresas. Es la primera autora que se inspira de una metodología pensada para el estudio del sector industrial, la sociología del trabajo, adaptándola a la agricultura. Después de varios años de trabajo de campo y novedosa reflexión escribe su libro Nuevas experiencias productivas y nuevas formas de organización flexible de trabajo en la agricultura mexicana (1998), que ganó el Premio de “Estudios Agrarios” otorgado por la Procuraduría Agraria del gobierno federal mexicano. Esta obra marca un hito en los estudios sobre la inserción de las mujeres en los mercados de trabajo y las relaciones de género en la agricultura latinoamericana.
Concordamos con las palabras del Dr. Enrique de la Garza Toledo, quien, en su presentación del libro, dice:
“El estudio de Sara Lara sobre la reestructuración productiva en el campo no sólo es pionero porque aplica postulados que en nuestro país no habían sido utilizados para este sector, sino porque se sitúa en la frontera de la polémica internacional acerca de la pertinencia de estos alcances teóricos y su posible reconstrucción a través de una concepción diferente del cambio social, diferente del evolucionismo, del estucturalismo y de la acción puramente racional (p.14-15).”
Con ello rompe con una tradición iniciada por los fisiócratas franceses en el siglo XVIII y retomada, sin excepción, por todas las corrientes de estudiosos del mundo rural: la agricultura no se puede comparar con la industria porque se sostiene en la posesión de un bien natural, la tierra, y su productividad depende esencialmente de las bondades del medio ambiente. Lo pudo hacer porque percibió que, por primera vez en su historia milenaria, la agricultura había iniciado un nuevo período de desarrollo con tecnologías y formas de organización del trabajo similares a las utilizadas en la industria que permiten controlar cada vez mejor los avatares de la naturaleza. Termina su capítulo 2, “Globalización económica y flexibilidad productiva en la agricultura”, con la siguiente reflexión:
“Resumiendo, podemos decir que la flexibilidad productiva en la agricultura mexicana consiste en una selección de elementos y de formas de organización diferentes, que si bien suponen la incorporación de nuevos métodos de producción y nuevas formas de organizar el trabajo, como sucede en la industria, adoptan ciertas modalidades que nos hacen pensar que no se trata de innovaciones tendientes a mejorar los métodos de producción masiva, de tal manera que pudiéramos hablar de un modelo «neofordista»…” (p. 91)
A su vez, termina el siguiente capítulo sobre los Efectos de la flexibilidad productiva en el mercado de trabajo, diciendo:
“Este fenómeno [la división sexual del trabajo], que ha podido verse con más nitidez en la industria, comienza a ser motivo de análisis en el sector agrícola, en donde se observa una marcada tendencia a la feminización del empleo en aquellos sectores de punta en los que han sido introducidas nuevas tecnologías y nuevas formas de organización del trabajo.
El estudio del mercado de trabajo rural, en países como México, nos permite mostrar que la segmentación es un proceso que abarca a todos los sectores y se vuelve intrínseco en la operación de los nuevos modelos productivos. Al mismo tiempo, puede verse cómo la flexibilidad se construye socialmente, a través de una gestión del empleo y del trabajo que se traduce en precarización para los sectores más desprotegidos socialmente.” (pp. 118-119).
Concluye su libro con una reflexión fundamental, cuando plantea:
“La nueva gestión del trabajo no sólo se apoya en ciertas características de la mano de obra sino contribuye, en cierta manera, a modelar la estructura de las familias de los trabajadores, de sus comunidades y de las regiones en donde se implantan esas empresas.
Esto último invita a una reflexión sobre el futuro de este tipo de agricultura… es forzoso constatar que la mayoría de estos polos se construyen sobre la miseria de los pueblos, circunvecinos o lejanos… en ese contexto, cabe hacer una pregunta fundamental: ¿cómo conciliar este desarrollo con la pobreza que genera al mismo tiempo?, ¿cómo lograr la integración de la agricultura en el mercado mundial de las zonas más favorecidas sin provocar la marginación de amplias regiones pobres?” (p. 283)
Y responde:
“Un modelo de desarrollo económico que ha favorecido la producción de cultivos de exportación no tradicionales, creando un mercado de trabajo que se sustenta en la minorización de ciertos sectores, no puede ser la base para un desarrollo regional equilibrado ni para permitir la consolidación de relaciones laborales más humanas…” (p. 284)
Alude ahí a la gran contradicción del capitalismo. Es un sistema social que vive de la reproducción de la desigualdad, no las puede eliminar todas porque se eliminaría a sí mismo. Sólo las puede transformar para obtener nuevas ventajas.
Poco después de este libro, publica dos artículos más que complementan sus reflexiones sobre los mercados de trabajo agrícolas. En el primero (Lara, 2000), hace una revisión en la evolución de los estudios de los mercados de trabajo rural a lo largo de las últimas tres décadas del siglo pasado, y destaca dos limitaciones metodológicas de estos estudios. Por el lado de los estudios desde las regiones de expulsión de la mano de obra, por enfocarse exclusivamente en la unidad de producción campesina y por lo tanto en el jefe de familia. Por el lado de las regiones hortícolas en donde se ubican las empresas contratantes, por limitarse a estudiar las condiciones de vida y trabajo de los jornaleros, sin estudiar los mercados de trabajo como el espacio en donde se realiza la venta de la fuerza de trabajo.
Luego, reflexiona sobre la metodología que utilizó para escribir su libro, cuyo:
“objetivo ha sido caracterizar el mercado de trabajo en sus aspectos cualitativos… comprender las características actuales de ese mercado de trabajo y las condiciones en las cuales tienen que competir los trabajadores, hombre y mujeres, para poderse emplear. Por eso creo haber puesto una atención particular en la organización de los procesos de trabajo y en las estrategias empresariales.” (p. 181)
Para, finalmente destacar los puntos problemáticos que, en su opinión, quedan por resolver. Insiste sobre la necesidad de analizar:
“la dinámica de las comunidades de origen de la fuerza de trabajo y sus estrategias de reproducción, … así como las estrategias de género con las que los hombres y mujeres se insertan en dicho mercado…., las redes sociales que permiten a los jornaleros acceder a las empresas contratantes, arribar a las regiones en donde se concentra la demanda, organizar su vida cotidiana en los campamentos y albergues en los que tienen que residir mientras trabajan, las formas como se reproduce su identidad y su cultura. Todo ello es parte de la agenda para el estudio de un tema en el cual aún hay mucho por explorar” (pp. 181-182).
En suma plantea la necesidad de abarcar la totalidad social en la cual viven y se desempeñan los asalariados agrícolas y sus familias, para conectar en un mismo sistema analítico las dinámicas de los mercados de trabajo establecidas por las empresas con las estrategias de adaptación de los jornaleros agrícolas.
En el segundo artículo (Lara, 2001), publicado en un libro coordinado por Norma Giarracca entonces coordinadora del GT de Desarrollo rural de CLACSO, después de hacer un amplio recuento de la evolución de los diferentes enfoques utilizados para analizar los mercados de trabajo agrícolas, reflexiona sobre su segmentación en el contexto de la flexibilización productiva que se incrementa con la incorporación masiva de mujeres, niños e indígenas. Concluye proponiendo que “la teoría sociológica debe construir las herramientas teórico-metodológicas adecuadas para dar cuenta de los nuevos procesos que están teniendo lugar en el mercado de trabajo rural.” (p. 376).
También, junto con Enrique de la Garza Toledo y José Luis Torres Franco (2001), incursiona en el sector manufacturero fabril para constatar las similitudes en la flexibilización del trabajo sexuado en la industria y en la agricultura.
Retoma sus reflexiones sobre este tema en un artículo posterior (Lara, 2006):
“En este escenario [de globalización] cobran sentido las preguntas que la Sociología del Trabajo se hace actualmente y, no sólo eso, sino las redimensiona a partir de una realidad en la cual el trabajo nunca ha estado atrapado en los estancos de su versión industrial del período del Estado Benefactor, del empleo formal, de las regulaciones sociales y el rol que en ello jugaron los sindicatos.” (pp. 337-338)
No obstante, Sara nunca abandona sus trabajos etnográficos para abordar diferentes temas estrechamente conectados con su reflexión principal, tal como las condiciones de vida y trabajo de los jornaleros y las jornaleras en los enclaves hortícolas en donde se emplean, sus dinámicas familiares, tanto en sus lugares de origen, como durante el proceso migratorio. El dato concreto le parece tan importante como el análisis social más general. Van de la mano. Mantiene siempre su preocupación por difundir la marginalización, pobreza y vulnerabilidad social de esta población, tan importante para la vida de cualquier país pero a la vez ignorada por la sociedad, sobre-explotada por la mayoría de sus patrones, abandonada por las políticas públicas.
2.3) Migración
El tercer tema, que Sara empieza a trabajar hacia finales del siglo pasado, es el de las dinámicas de las migraciones tanto internas como internacionales. Inicia con las migraciones internas de los trabajadores asalariados en la agricultura que hoy involucran no sólo hombres adultos sino familias enteras, y que, como en todos los países de gran tamaño, pueden cubrir distancias de varios miles de kilómetros.[4] Si bien es difícil cuantificar la importancia numérica de esta población migrante, una estimación reciente plantea que son alrededor de un millón de personas, desplazandose a lo largo y ancho del país durante el año para trabajar temporalmente en los cultivos intensivos en mano de obra (C. de Grammont, en prensa). A la vuelta de este siglo Sara le dedica más tiempo a este tema que le preocupa, entre otras cosas, porque gracias a su amplia experiencia de campo percibe que, en las últimas décadas, se había construido una estrecha relación entre las migraciones de los jornaleros agrícolas a nivel nacional y las migraciones internacionales. Esta intuición, propiamente antropológica, le permitió poner en duda la continuidad del esquema migratorio dicotómico anterior que suponía una división social y territorial de las migraciones con dos grandes flujos que no se mezclaban: por un lado, los migrantes hacia las metrópolis y hacia Estados Unidos que provenían esencialmente de la población rural mestiza (campesinos medios o acomodados) del centro del país, por el otro las migraciones internas campo-campo que eran esencialmente migraciones de campesinos mestizos pobres del centro y sur del país. Este esquema se transformó profundamente con la mundialización, de tal manera que hoy vivimos dos nuevos procesos: la población indígena participa ampliamente en todos los flujos migratorios, tanto nacionales como internacionales, y ambos flujos migratorios se interconectan estrechamente.[5]
Sin embargo, comprobar esta conexión planteaba por lo menos dos dificultades mayores. La primera era de orden político porque la migración internacional provoca fuertes tensiones entre el gobierno estadounidense y el mexicano en torno a la ilegalidad de gran parte de las migraciones mexicanas hacia Estados Unidos. Sin duda, la ilegalidad del cruce fronterizo le da un carácter particular a la migración internacional frente a la nacional. La politiza a tal punto que se transforma en un campo de investigación en sí, perfectamente definida, con una problemática específica determinada por el cruce de la frontera. Aún así, eso no significa que no pueda existir una estrecha relación entre ambos flujos migratorios. Simplemente supone que, cuando se conectan, la problemática migratoria se complejiza con el surgimiento de la ilegalidad del cruce fronterizo. La segunda era de orden metodológico por la falta de datos estadísticos que permitan seguir los flujos a nivel nacional e internacional. A Sara, le quedaba claro que, para solventar esas limitaciones, había que realizar nuevas investigaciones con un nuevo enfoque teórico y metodológico. Es cuando propone la idea de los “encadenamientos migratorios”, o sea la capacidad de los jornaleros de circular constantemente entre diferentes regiones de agricultura intensiva en mano de obra, tanto a nivel nacional como internacional.[6] Esta idea complementa los planteamientos hechos previamente por varios autores, como son: los “campos migratorios” (Simon, 1981), los “territorios circulatorios” (Tarrius, 1993), los “territorios migratorios” (Faret, 2003), o la conformación de “archipiélagos” (Quesnel y del Rey, 2005).
Organiza, entonces, varios proyectos de investigación sobre el tema de la construcción de los territorios migratorios y los encadenamientos entre la migración nacional e internacional. Destaca el macro proyecto interinstitucional “La construcción de territorios migratorios como espacios de articulación de migraciones nacionales e internacionales”, financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (2004-2007), con la colaboración del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, El Colegio de San Luis, la Universidad Autónoma de Morelos y El Colegio Mexiquense, un equipo de 6 investigadores responsables y 29 becarios de licenciatura, maestría y doctorado. El objetivo principal fue la realización de cuatro estudios regionales con la publicación de un libro sobre Los encadenamientos migratorios en espacios de agricultura intensiva (2011).
En un segundo momento, se plantea la realización de un estudio de caso de las migraciones realizadas por una familia de un pueblo zapoteco oaxaqueño, Coatecas Altas, en donde tenía una larga amistad con diferentes familias de jornaleros agrícolas. Utiliza una compleja metodología antropológica, la encuesta genealógica.[7] Logra reconstruir la historia migratoria de varias familias, de las cuales destaca una con la genealogía de cinco generaciones de migrantes. Con ello comprueba cómo, a lo largo de casi un siglo, las migraciones regionales se transformaron en migraciones nacionales para enlazarse paulatinamente con las internacionales (Lara, 2010). Deja en claro que, para muchas familias, las migraciones nacionales fueron, y siguen siendo, un peldaño necesario para poder pasar hacia Estados Unidos, meta siempre deseable por los mejores salarios pagados en este país, a pesar de los peligros y costos cada vez más altos en el cruce de la frontera. Plantea que esta metodología puede ser adecuada para estudiar la movilidad de la población, tan compleja de captar por la combinación de los diferentes flujos simultáneos de los miembros de la familia, incluso de la comunidad, que permiten construir “territorios de circulación”, sobre la base de una división migratoria sexual y generacional en el marco de las estrategias de reproducción familiar. Una de sus conclusiones es que:
“Se trata de una movilidad que integra a la mayor parte de los miembros de las familias de Coatecas, poblado que ha dejado de producir lo necesario para retener a su población, llevando a sus miembros a vincularse en circuitos de migración, en torno a un conjunto de lugares que componen un amplio territorio migratorio.” (ibid, p. 201)
Insiste sobre la necesidad de entender las complejas dinámicas del control de “los territorios migratorios como espacios de articulación de migraciones nacionales e internacionales”, a partir de la mundialización. Precisa:
“…nos ha interesado conocer la forma como, en torno a estas zonas de agricultura intensiva, se generan movilidades y se producen encadenamientos de migraciones nacionales e internacionales, el modo como se conectan con los mercados de trabajo a distinta escala, los mecanismos que favorecen la creación de pequeños núcleos de poblamiento que sirven de escalón para acceder a nuevos destinos y/o nuevos mercados, y la forma como cada grupo significa esos lugares de agricultura intensiva y hace de ellos una parte de su territorio de migración o de circulación.” (Lara, 2012)
Finalmente, en la última década de su vida, se interesa por los programas gubernamentales que buscan controlar las migraciones temporales de los trabajadores agrícolas, tanto a nivel internacional como nacional. Frente al crecimiento de los flujos migratorios, en particular del sur hacia el norte, estos programas, pensados para diferentes mercados de trabajo (agrícola, agroindustrial, construcción, “care”), tienen dos objetivos esenciales: surtir la demanda con mano de obra “adecuada”, en cantidad y calidad, sin reconocer por supuesto su “calificación”; e impedir su permanencia en los países receptores. Se trata de establecer flujos migratorios temporales perfectamente adaptados a una demanda flexible, que asegure el regreso de los trabajadores al terminar su contrato laboral. En la agricultura, este período cubre esencialmente las temporadas de cosecha de hortalizas y frutas, y la zafra de cultivos agroindustriales como la caña de azúcar, el tabaco, la palma africana, el café, etc. Con ello se intenta lograr una gobernanza global de la fuerza de trabajo temporal que no propicie la migración definitiva de estos trabajadores. Para lograr tal propósito es necesario cumplir dos condiciones, la primera a nivel de los gobiernos la segunda a nivel de los trabajadores. A nivel gubernamental estas políticas deben ser globales, “dejan de ser materia de un solo país para volverse regionales e incluso continentales, donde el Norte, como bloque, cierra filas para detener la llegada de los migrantes…” (Lara, Pantaleón, Martin, 2019, p.8). A nivel de los trabajadores es necesario “reducir las personas a simple fuerza de trabajo, a una mercancía utilizable o desechable según las necesidades…, aprovechar el trabajo vivo” (Castracani, 2018, p.57), sin tener que preocuparse por su reproducción social, la cual sigue siendo responsabilidad exclusiva de los países (o regiones) pobres, expulsores de dicha mano de obra.
Así, a partir de la vuelta de este siglo, se impusó una nueva dinámica migratoria de los jornaleros que consiste en pasar de migraciones temporales espontáneas o controladas por los propios empresarios agrícolas, a migraciones organizadas por los gobiernos a nivel nacional e internacional. Estos programas se abren primero en los países que atraen la mano de obra temporal, luego se implementan también en algunos países expulsores. En el caso de México, dos programas cambian la dinámica migratoria hacia el norte: el PTAT (Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales) canadiense instituido en 1974 y el H-2A estadounidense creado en 1986. Si bien hasta finales del siglo pasado ambos programas tuvieron poco impacto en la organización de los flujos migratorios de los trabajadores agrícolas temporales, crecieron notablemente en las últimas dos décadas. Por su lado, a partir del año 2002, México implementa el Subprograma de Movilidad Laboral Interna del Sector Agrícola (SUMLISA), bajo la responsabilidad de la Secretaría del Trabajo del gobierno federal, pero de común acuerdo con los empresarios del sector siempre procupados por controlar los flujos migratorios de esta población. Actualmente, estos programas se expanden en muchos países del sur como del norte, con convenios gubernamentales de colaboración binacional para asegurar el control, de ida y vuelta, de los migrantes temporales desde sus lugares de origen hasta los lugares de trabajo.
De tal manera, a partir del año 2004, Sara amplía su trabajo de investigación hacia la provincia de Quebec, gran receptora de mano de obra temporal para sus granjas hortícolas. En 2009, establece un primer proyecto de investigación sobre el tema migratorio México-Canadá con Jorge Pantaleón del departamento de Antropología y Patricia Martin del Departamento de Geografía, ambos de la Universidad de Montreal (UDM). En 2012 y 2016 realiza con ellos dos estancias anuales de investigación para estudiar el Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales. De esa fructífera colaboración resultaron varios libros y artículos sobre las migraciones del Sur hacia el Norte global. Recordemos sólo el libro publicado por CLACSO en 2015, Hacia el otro Norte: Mexicanos en Canadá, coordinado por Sara María Lara Flores, Jorge Pantaleón y Martha Judith Sánchez Gómez.
En 2010, junto con Martha Judith Sánchez Gómez, crea en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM el Seminario Institucional de Migración México-Canadá-Estados Unidos, que co-coordina hasta el año 2019. En 2015, coedita con Martha Judith el libro Los programas de trabajadores agrícolas temporales ¿Una solución a los retos de las migraciones en la globalización?, que aborda la problemática de los programas gubernamentales para organizar y controlar las migraciones temporales desde los países pobres hacia los países ricos (Estados-Unidos, Canadá y Europa). En este libro Sara publica su primer artículo sobre los mercados de trabajo en la horticultura de la provincia de Quebec, en coautoría con Jorge Pantaleón. Concluyen primero, que la búsqueda de jornaleros agrícolas, de preferencia indígenas, en México y Guatemala no se debe a la falta de mano de obra local como se suele argumentar, sino a un proceso de “etnización” de la fuerza de trabajo por la necesidad de bajar los costos de la mano de obra para mantener la rentabilidad de las empresas hortícolas en el marco de la creciente competencia propiciada por el Tratado de Libre Comercio de Norte América. Segundo, que la recién introducción de mano de obra guatemalteca responde a la voluntad de crear una “segmentación étnica” cada vez más marcada para presionar aún más sobre el nivel de los salarios. Viejo proceso utilizado desde tiempos atrás en México, caracterizado como migración por “relevo étnico“, para limitar las posibilidades de permanencia y estabilización de esta población.
Su último libro sobre este tema, Las nuevas políticas migratorias canadienses: Gobernanza neoliberal y manejo de la otredad (2019), co-coordinado con Jorge Pantaleón y Patricia Martin, sale apenas un par de semanas antes de su fallecimiento el 28 de noviembre 2019. Para cerrar las conclusiones del trabajo reafirma lo que fue su constante preocupación a lo largo de su vida:
“Además, nos queda claro que debemos trabajar para formular nuevos vocabularios, nuevas metodologías y marcos discursivos que puedan movilizar una amplia defensa de los derechos de los migrantes en la era contemporánea. La investigación presentada en este volumen representa un paso importante en esa dirección.” (p.324)
La idea de construir teorías concretas a partir de los hechos vividos por la gente que llevarían incluso a la elaboración de nuevas metodologías, y de crear un nuevo lenguaje capaz de reflejar procesos sociales inéditos, aparece en diferentes partes de su obra, reflejo de su voluntad de romper la dicotomía entre la práctica y la teoría, la investigación aplicada y la abstracta.
[1] Sobre el trabajo femenino en América Latina en las décadas de 1970-1990, se puede consultar los trabajos pioneros de: Edna Ramos de Castro (Brasil), Verónica Riquelme (Chile), Magdalena León (Colombia), Ximena Aranda Baeza (Chile), Diana Medrano (Colombia), Ximena Valdés (Chile), Sylvia Venegas (Chile), Marta Roldán (Argentina), Lucía Salamea (Ecuador), Mónica Bendini (Argentina), María Aparecida Moraes Silva (Brasil), entre otras. En México, ver Lourdes Arizpe, josefina Aranda Bezaury, Angelina Casillas Moreno, Emma Zapata Martelo, Pilar Alberti Manzanares, Ofelia Becerril Quintana, y los trabajos del Grupo Interdisciplinario sobre Mujer, Trabajo y Pobreza (GIMTRAP) dirigido por Paloma Bonfil y Blanca Suarez, entre otras.
[2] También se puede consultar el texto de Helena Hirata y Danièle Kergoat (2005).
[3] Traducción de H. C. de Grammont.
[4] Por ejemplo, son tres mil quinientos kilómetros desde Oaxaca, lugar de origen de una amplia población de jornaleros agrícolas migrantes, hasta el Valle de San Quintín en Baja California, en donde hay un importante enclave hortícola para la exportación a Estados Unidos; y son dos mil ochocientos kilómetros desde la región chole de Chiapas de donde migran jornaleros para trabajar en la cosecha de la uva de mesa en la costa de Hermosillo, Sonora.
[5] Vale la pena señalar que unos connotados especialistas de las migraciones señalaron en un libro publicado en 1991 que: “El cambio más significativo entre la época de las contrataciones [del programa Bracero, 1942-1964] y la situación contemporánea se dio en el origen socioeconómico de los migrante. Mientras que antes de 1940 eran hijos de propietarios acomodados y entre 1940 y 1965 predominaron los ejidatarios, en el período más reciente tocó el turno a jornaleros y trabajadores no agrícolas. Juntos, estos dos grupos de gente carente de tierra, llegaron a ser mayoría entre el de emigrantes…” (Massey et al., 1991: 73-74). Actualmente, en términos relativos la población indígena migra más que la población mestiza a pesar de ser la población más pobre del país (Chávez Galindo 2007, Granados Alcantar y Quezada Ramírez 2018; citados por C. de Grammont, en prensa)
[6] Sin excluir la posibilidad de circular entre diferentes mercados de trabajo como trabajar tanto en la agricultura como en el trabajo informal en el turismo, o en la ciudad.
[7] La aplicación de esta metodología supone tener una gran confianza por parte de las personas entrevistadas por el carácter eminentemente personal de las preguntas que se hacen para reconstruir la historia migratoria, sobre varias generaciones, de cada persona de las familias entrevistadas.
3. Tejedora de redes
Sara tenía un modo comprometido y generoso de entender la ciencia, la academia y las propias relaciones humanas. A lo largo de su vida, fue armando una amplia trama con la gente con la que interactuaba. Entre las virtudes que Sara detentaba con sencillez, destaca su capacidad para formar grupos de investigación y redes, no sólo por su habilidad organizativa sino por su capacidad de escuchar, valorizar la palabra ajena, alentar a los demás (en particular a los alumnos), y su altruismo. Sara fue la artífice de la creación de numerosos círculos de colegas y amistades, que supo entretejer con el mismo ahínco, ternura y paciencia que una artesana elabora sus huipiles. Fue un nodo por el cual aún hoy se cruzan redes de sociólogos y antropólogos rurales latinoamericanos, europeos y norteamericanos con los que mantenía un diálogo muy fructífero.
La contribución de Sara fue clave para animar el trabajo colectivo en cuatro espacios internacionales. Primero, del año 2000 al 2012 colaboró estrechamente, como profesora invitada, en la Maesría en Sociología de la Agricultura de la Universidad del Comahue, Neuquén, Argentina, dirigida por Mónica Bendini. Asimismo, de 2010 a 2012 co-dirigió con la propia Mónica Bendini el proyecto de investigación binacional sobre “Trabajadores migrantes en regiones agrícolas de exportación en Argentina y México” , financiado por el Consejo Nacional de Ciencias y Tecnología (CONACYT) de México y el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovaciones (MINCYT) de Argentina. Luego, participó en la formación de un grupo internacional sobre Trabajo Rural y Migración que congregó un nutrido grupo de investigadores latinoamericanos y españoles, dirigido por Andrés Pedreño de la Universidad de Murcía, España. A partir de un proyecto de la Fundación Carolina, el grupo realizó el Seminario Internacional Migraciones, Cadenas Globales y Desarrollo Rural, en Montevideo, del cual surgió el libro colectivo De Cadenas, Migrantes y Jornaleros: los Territorios Rurales en las Cadenas Globales Agroalimentarias (editorial Talasa, 2014). Más tarde, co-coordinado con Martha Judith Sánchez Gómez el seminario ya señalado sobre “Migración México-Canadá y Estados Unidos”, que actuó durante una década como espacio de conocimiento sobre temáticas conexas a la migración y a las movilidades sociales en las migraciones hacia América del Norte. Seminario que permitió fortalecer un grupo de trabajo muy activo entre investigadores mexicanos y canadienses y producir artículos y libros sobre esta temática. Finalmente, en el marco del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), Sara tuvo un papel decisivo en la conformación de un grupo de trabajo sobre “Transformaciones agrarias y trabajadores rurales” que, desde el año 2013, reúne unos sesenta investigadores de América Latina y España con la preocupación central en el empleo rural y las múltiples vulnerabilidades y desigualdades a las que están sujetos los trabajadores y trabajadoras agrarios y rurales.
Estas redes y grupos permitieron una fructífera colaboración entre un amplio abanico de colegas, tanto aquellos de renombre como de jóvenes en formación, que se materializó en viajes cruzados entre los distintos países, investigaciones y publicaciones conjuntas, trabajos de campo en diferentes regiones, participación en cursos de posgrados y tribunales de tesis, seminarios y eventos académicos en los temas de interés común. Sin embargo, esta apertura y horizontalidad se ha manifestado no solo con investigadores y estudiantes, sino también con las personas protagonistas de los análisis que encaramos los cientistas sociales. Sara buscaba siempre dar cabida a esos actores, porque en su opinión son interlocutores indispensables para cualquier modalidad de construcción del conocimiento social. Buscaba invitar en sus seminarios a personas directamente involucradas en la problemática social de los y las asalariados(as) del campo: activistas de ONG o del movimiento social (sindicalistas, dirigentes de migrantes o de los “dreamers” en Estados Unidos), personal de los programas sociales del gobierno federal (en particular del Programa Nacional de Jornaleros Agrícolas), trabajadores(as) sociales, etc. Darle voz propia a los actores sociales era una de sus constantes preocupaciones.
Esta constante inquietud evidencia su compromiso para con todas las personas y grupos que encarnan modos de alteridad, y que conllevan frecuentemente relaciones sociales asimétricas. Sara, fiel representante de una ética de trabajo y de vida, buscaba darles visibilidad y voz.
La articulación de estos grupos con otros espacios internacionales como la Asociación Latinoamericana de Sociología Rural (ALASRU), la Asociación Internacional de Sociología Rural (IRSA), el Congreso Ibero-latinoamericano de Estudios Rurales (CIER), la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), la Asociación Latinoamericana de Estudios del Trabajo (ALAST), la Asociación de Estudios Sociales Latinoamericanos (LASA), el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), entre otras, posibilitó potenciar y ampliar las distintas redes y el alcance de sus debates.
La diversidad de investigadores e investigadoras que fue uniendo Sara, con perspectivas intelectuales, disciplinarias y de orígenes institucionales variados fue fruto de aquella facultad acogedora tan propia y particular de ella. Y esas redes de intercambio hoy tienen vida propia gracias a la voluntad permanente de Sara.
Finalmente, tal vez por vicio de oficio, sabemos que los ciclos de vida personales son parte del engranaje de ciclos de vida familiares y de otros más amplios. El legado de vida que nos deja Sara se retroalimenta en la familia que construyó, junto con Hubert, Paloma, Nuria, sus hermanas, yernos y nietas.
Les invitamos a la lectura, y con ello a celebrar la obra y la vida de Sara.
Bibliografía
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Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios (RIEA)